“¿Será uno de esos seres profundamente amorales que han desarrollado la clase de mecanismos animales innatos que le permiten eludir cualquier reflexión sobre sí mismos?” - Douglas Kennedy (“El momento en que todo cambió”)
No voy a contar la historia del
hijo pródigo porque, quiero suponer, es de dómino público, tanto que es parte
del adoctrinamiento religioso católico, el cual muchos recibimos desde pequeños
y que aún hoy, años después que deje la religión, me indigna. Sin embargo, y
por desgracia, estamos infestados de “hijos pródigos” hoy en día y en muchos
ámbitos de la vida (por no decir, casi todos).
¿Han notado las diversas posturas
que toman los mismos padres con un hijo “bueno” y otro “malo”? El que se porta
bien ya ni siquiera es reconocido, porque los padres ya dan por un hecho que es
su obligación comportarse correcto y tener excelente rendimiento en cualquier
ámbito; pero si se atreve a fallar una sola vez, ¡cuidado!, porque recibirá la
furia que el hijo mal portado jamás conocerá, ya que habrá provocado la
tristeza y/o decepción de los padres.
¿Qué pasa
con el hijo “malo”? De él no se tiene ninguna expectativa, porque ya todo el
mundo sabe que así es y “hay que aceptarlo tal cual es”. Por tal motivo sus
faltas reciben una amonestación simbólica pero, si por casualidad, logra algo
mínimamente sobresaliente, los padres se desvivirán en reconocimientos que el
primero jamás conocerá. Obviamente cuando el “bueno”, con justa razón, se
ofende por esta situación se le explica
que él es afortunado por ser exitoso pero el “jodido” de su hermano no sabe lo
que es eso y hay que apoyarlo (como si su actitud comodina fuera una especie de
Handicap que lo frena).
Esto no
pasa sólo en las familias, mucha gente en distintos trabajos del mundo lo
corrobora a diario. En mi niñez, mi padre adoptivo me decía una regla que
aplican los jefes de todo el mundo: “Si quieres que algo se haga rápido y bien,
¡dáselo al que tenga más carga laboral!”. ¿Por qué los jefes dejan en paz a los
flojos? Porque no quieren perder su tiempo en alguien que, se sabe de antemano,
los decepcionará; entonces prefieren cargarle la mano al que hará lo que sea
necesario para entregar la tarea a tiempo. De acuerdo pero, si no les sirven,
¿Por qué no los corren? Misterios laborales que jamás entenderé.
¿Quieren
otro ejemplo? Que tal las relaciones sentimentales. Todo el mundo tiene mujeres
conocidas (sí, en plural) que están relacionadas con cualquier patán, que no
está a su altura, y no los dejan por más faltas de respeto que les hagan, es
más, hasta los justifican y perdonan sin mayor esfuerzo. Sin embargo, muchas de
ellas tuvieron la oportunidad con alguno de los pocos hombres que valen la pena
y ¿qué pasó? Se aburrieron de tanta estabilidad y tan pocos problemas, por lo
que cazan cualquier error insignificante para terminar la relación. Aparte de
un marcado masoquismo cultural, es evidente que el anhelo mismo les da más
placer que las cualidades deseadas per se. En este tema ahondaré más la siguiente semana.
Hay un
dicho muy absurdo que dicta “Quien te quiera, te hará sufrir”
Yo tengo mis propios hijos
pródigos deportivos: los Miami Dolphins, y mis hijos “buenos” son Los Ángeles
Lakers. Los primeros sólo me dan tristezas pero son los que más atención,
pasión y reconocimiento reciben de mi parte. Por otro lado Los Lakers, que han
sido tan ganadores y exitosos, en realidad me resultan indiferentes; creo que
me he emocionado más en sus años de “vacas flacas” que durante sus campeonatos,
y es que uno se acostumbra tanto a la carencia que, cuando hay abundancia, la existencia
propia pierde chiste.
¿Alguna vez tendré la sensatez o
sangre fría de abandonar a mis hijos Pródigos más queridos de la actualidad:
Los Miami Dolphins? Soy honesto, por el momento no puedo, aún tengo ese tonto
anhelo y esperanza de verlos Campeones del Súper Tazón, porque quiero ver qué
se siente irle a un equipo ganador (Los Lakers no cuentan “obviamente”).
Aunque, en realidad, ya deje a mis hijos pródigos deportivos más queridos
anteriores, pero de eso escribiré entre semana para no alargarme en el tema.
Se sigue solapando
a los “malos” pensando que un día mágicamente cambiarán, gracias a tanta
comprensión y amor que se despilfarra en ellos. Lo irónico del asunto es que
sólo se les refuerza este comportamiento, porque si al portarse mal, sólo se recibe “premios”, ¿Para qué cambiar? Se
dice que el ser humano es el único animal de la naturaleza que espera obtener
resultados distintos realizando los mismos movimientos (en este caso, los que
permiten tantas faltas de respeto).
¿Alguien se
ha preguntado qué pasaría si dejáramos de consentir las mañas de nuestros
“hijos Pródigos”? Creo que ha de ser algo terrible, porque casi nadie lo
intenta (y puse el “casi” para dar el beneficio de la duda); sin embargo, estoy
seguro que es la única manera de obligarlos a superarlas.
Una amiga, que es toda una dama,
a la cual quiero y respeto mucho, me dice que esta historia del hijo pródigo
demuestra que hay que perdonar al hijo porque se arrepintió, además de que hay
que condenar al otro por ser tan egoísta. Honestamente estoy en total
desacuerdo con esa postura. No veo el egoísmo del hijo agraviado, ¡él sólo está
clamando justicia! Si pedir equidad es ser egoísta, entonces considérenme el
mayor egoísta del mundo, porque a mí me parece una historia totalmente ridícula
y ofensiva, peor aún, es un auténtico insulto al sentido común.
¿Por qué hay que soportar la
flojera, la gandayez, las patanerías, las faltas de respeto, el aprovecharse de
la buena voluntad de los demás? ¿Por qué hay que permitirles todo esto a esas
personas? Estoy de acuerdo que TODOS cometemos errores y merecemos una segunda
oportunidad. El problema radica en la reiteración de la falta, con el mismo
tema y actitud nefasta, sin ánimos de mejorar o resolver la situación ¿Por qué
hay que solaparlo? Si ya han demostrado que no han cambiado en el pasado, y no
hay signos de que lo hagan en el futuro, pues es obvio que nos les importa y
son felices como están; pero ¿además hay que dejarles que se aprovechen y nos
sigan faltando al respeto? ¿Por qué? ¡No estoy de acuerdo!
Se puede argumentar que el hijo
pródigo se ha arrepentido y que no lo va a volver a hacer, de acuerdo, démosle
el derecho de la duda pero ¿Por qué festejarlo como si hubiera hecho una
gracia? Aunado esto a que al hermano acomedido no se le dieron ese tipo de
concesiones. ¡No! ¡Por favor! Lo vuelvo a repetir, ¡Es un insulto! Desgraciada
o afortunadamente, muchas personas lo verán como mi amiga y por eso se sigue
solapando a muchos hijos pródigos en la actualidad.
El perjuicio es para las tres
partes: primero para la parte ultrajada, al hijo bueno, el que se porta bien y
recibe un trato injusto; segundo para la que juzga y/o se ve afectada, la cual
sigue permitiendo estas faltas de respeto y perpetúa este circulo vicioso que daña
a todas las partes porque, en tercer lugar, también se afecta al “hijo
pródigo”, porque al adoptar este estado en lugar de cambiarlo, se instala cómodamente
en ese sitio que le quita dignidad a él y a quienes lo rodean y, a la larga, el
más afectado va a ser él mismo, porque permanecerá en su error, el cual no va a
ser aceptado por todo el mundo, y sufrirá cuando tenga que integrarse a una
sociedad que no tiene por qué aguantarle sus mañas.
Hebert Gutiérrez Morales.
1 comentario:
Querido primo:
Cuando tengas hijos verás el por qué tanta alegría del padre que ve a su hijo arrepentido regresar al hogar. Mientras no tengas hijos, solo puedes suponer.
Besos.
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