Hoy estoy
melancólico, y no sabía por qué motivo, hasta que me dí cuenta que estoy a
cuatro días de mudarme, “¿Otra vez?” Es el comentario que, invariablemente, he
recibido en los últimos días cuando anuncio a mis amigos que voy a cambiarme de
casa.
A pesar de
que tengo experiencia en esto de mudarme, nunca es fácil, y no estoy hablando
de la molesta logística que implica el flete, el cambio de servicios de un
domicilio a otro y la mudanza hormiga previa. Hablo de los aspectos personales
que implica un cambio de domicilio (aunque sólo sean cuatro kilómetros).
Sabía que
no iba a vivir en esta casa más de cinco años (en realidad fueron tres años y
cuatro meses), así que mi endémica soledad fue muy útil para evitar crear lazos
con mis vecinos, lo que me facilita la partida; tal vez los vigilantes del
fraccionamiento sean los que más me extrañen, porque nunca les dí un problema,
pagaba puntual y hasta uno que otro obsequio les hacía. También me van a
extrañar a los que les compro la fruta en las cercanías, a quienes anuncie que
hoy es el último día que les hacia el gasto, y me conmovió el ver cierto dejo
de tristeza en sus rostros, y no es que les consumiera mucho, pero mi visita
semanal era constante y segura.
Las
mudanzas en sí son difíciles por la natural resistencia humana a los cambios, campo
en el que soy especialista: rehuir a los cambios. A pesar de que, en mi caso, las
mudanzas de mi vida adulta siempre han sido para mejorar, no me resultan
fáciles. Ha de ser lo cómodo que resultan las rutinas y cuando, de pronto,
debes cambiarlas todas de golpe, pues no es algo tan agradable, por lo menos
para mí no lo es.
Cuando me
mude a esta vivienda la situación fue más estresante. En esa ocasión
prácticamente me “corrieron” de mi propia casa porque me la compraron y, como
ya tenía la actual, tuve que apresurar muchas decisiones que había postergado
durante un año. En aquel entonces era más difícil sentimentalmente (o eso
creía), porque tenía a mis perras viviendo conmigo, así que tuve que tuve que olvidar
mi propio estrés para apaciguar el de ellas.
De aquella ocasión
tengo un recuerdo muy bello que, aún hoy en día, me conmueve. Mis perras sólo
conocían de esa casa la cochera, el pasillo que las llevaba al cuarto de lavado
y éste último. Ellas eran el último “cargamento” a mudar ese día así que, una
vez que estuvo todo listo en el nuevo lugar, fui por ellas. Ya estaban sus
enseres al auto y, antes de subirlas, me dí cuenta de algo: La casa estaba sola
y mis perras nunca la habían conocido propiamente; así que abrí la puerta y las
deje pasar. Creo que ellas pensaron que había enloquecido, porque dudaron un
momento entrar a ese recinto al que, sabían de antemano, tenían prohibido
conocer.
Al ver que
las invite a pasar libremente, lo hicieron y olfatearon todo el lugar; creo que
intuyeron que nos estábamos despidiendo, porque en ningún momento marcaron su
territorio, simplemente examinaron todos el espacios y conocieron en donde su
amo vivía y que ellas ignoraban. Contemple este espectáculo con los ojos
anegados, aunque no supe si estaba conmovido por ellas o por la despedida en
sí.
Esa fue mi
primera casa de vida independiente, en la cual tuve mis escasos meses de vida marital y algunos años de vida en solitario. Ese lugar me fue importante, porque
significó el auténtico inicio de mi vida adulta. Se la compre mi amigo Arturo,
cuando vislumbraba casarme, así que hicimos un plan de pagos y la obtuve.
Por alguna
razón, las decisiones grandes de mi vida las tomo sin pensar, pues mi madre no
esperaba que su primogénito partiera del nido, y tenía razones para así creerlo.
A mis 25 años, ni me pasaba por la cabeza el mudarme, tenía toda la
infraestructura en casa y sólo daba mi aportación mensual, estaba muy cómodo.
Pero creo que eso es de las cosas que debo de agradecer de mi fallido
matrimonio: la independencia. Cuando le avise a mi madre e inicie mi (ahora
acostumbrada) mudanza hormiga, ella reacciono impresionantemente bien, yo
esperaba que me armara un drama, el cual nunca llego.
El día que hice mi último
embarque y fue mi partida definitiva del nicho familiar, mi madre aguanto al
final y no ví ni una lágrima en su rostro pero, al irme, ella se soltó a llorar
cual María Magdalena (hecho que me contó mi hermano unos días después). Siempre
le voy a estar agradecido a mi mamá por ese doble detalle: Primero por las
lágrimas que no me mostró para no dificultar mi partida y, segundo, por todas
las que derramó por la misma.
En esa
casa, que todavía habitan mi madre y hermana, pase 13 años de mi vida, no voy a
decir que del todo felices (ya lo detalle en otro ensayo), pero fueron
importantes para mí. En realidad no sé por qué no me había salido antes, si no
era del todo feliz ahí, pero la fuerza de la costumbre nos hace actuar de
maneras indescifrables (como vivir en lugares que no queremos o estar con
personas que nos dañan).
De hecho
esa casa fue la primera en la que recuerdo una mudanza, ya que fue nuestro
destino cuando dejamos la caótica Ciudad de México. Estaba a punto de cumplir
los doce años y no estaba muy seguro sobre sentirme feliz o furioso, ya que me
estaban alejando de todos mis amigos y, aunque lo sabría hasta después, también
me estaba dirigiendo a otro estilo de vida que permeó profundamente en mi ser
(como ya escribí en ese mismo otro ensayo).
Pero creo
que ésa, aunque fue la mudanza más trascendental de mi existencia, fue la más
fácil, porque TODOS nos estábamos yendo al carajo (literalmente), así que ese
sentimiento de unidad y equipo reconforta durante un proceso de cambio tan
radical como este.
Tal vez ahí
está la razón de mi melancolía: Esta vez estoy totalmente solo, no hay en quién
apoyarme. En mi primera mudanza estuvo mi familia, en la segunda fue a solas
pero en realidad era con miras a casarme (así que tenía marca personal de mi
futura (ex)esposa), en la tercera éramos mis perras y yo. Ahora voy solo y,
aunque tengo experiencia de sobra en el asunto, no deja de ser triste.
Esto no es
nuevo para mí, ya que la mayor parte de mi vida actual me la paso a solas pero,
sería reconfortante, pasar por este proceso con alguien, para sentir el apoyo
reciproco y enfrentar los nuevos retos en equipo. Sé lo que escribí en mi
anterior ensayo sobre la soledad, y creo en ello firmemente, sólo que tuve que
escribir esto para mitigar un poco esta melancolía que me da el mudarme (y
funciona, porque en esta línea ya me siento mucho mejor).
Es difícil
mudarse porque dejamos un pedazo nuestro en cada lugar que habitamos, dejamos
atrás ese lugar en donde experimentamos cosas buenas y malas, además de que no
sabemos que otras vivencias van a tener otras personas ahí mismo en el futuro.
Probablemente nos resulte difícil
aceptar que alguien más puede vivir ahí, además de nosotros, y que nuestras
experiencias serán borradas por otras nuevas (tanto en el lugar como en nuestros
seres). Nos cuesta trabajo dejar esa parte de nuestra identidad: los caminos
que recorríamos, los lugares de referencia, los vecinos a los que saludábamos
(aunque no conozcamos sus nombres) y todos esos pequeños rituales que hacen que
nuestra vida tenga sentido.
No puedo
decir que es la última vez que me cambio, porque no veo el futuro. Esta casa a
la cual me mudo es la mejor de todas y desde que la ví me enamoré de ella, tal
vez en eso me deba de enfocar: lo que viene adelante y dejar atrás lo que ya
pasó, eso facilita todo proceso de cambio porque, se acepte o no, la vida sigue
su cauce con o sin nosotros, ya está en uno si le aguanta el paso o tiene que
ir a marchas forzadas para alcanzarla.
Hebert Gutiérrez
Morales
17 de abril de 2011
4 comentarios:
Hebert:
De verdad que leer tus ensayos me hace pensar en situaciones muy personales, gracias por compartir tus sentimientos e ideas.
Un abrazo
Carmen
HOLA HEBERT !!!!
PUES UNA VEZ MAS EL LEER TUS LINEAS SON DE MUCHA ESENANZA. YO EN LO PERSONAL HE HECHO VARIAS MUDANZAS PARA SER EXACTOS VOY POR LA OCTAVA DENTRO DE POCO !! Y EN VERDAD ESO Q DICES ES VERDAD LO Q SE SIENTE AL MOMENTO DE DEJAR UN LUGAR Q FUE TU VIVIENDA POR ALGUN TIEMPO, Q HA SIDO PARTE DE TU VIDA EN DONDE TE REFUGIASTE Y CREES Q SE QUEDA PARTE DE TI...ES TRISTE.
PERO PENSANDO BIEN, TODO ES UN PROCESO CUANDO EXIST UN CAMBIO EN NUESTRA VIDA, PUES LO IMPORTANTE ES PENSAR Q ESTAMOS DANDO LUGAR A LAS COSAS BUENAS Y POSITIVAS EN NUESTRA VIDA Y SOBRE TODO CREER Q ALGUIEN LLEGARA A TU VIDA A LLENAR ESE HUECO . . . .TODO SUCEDE EN SU MEJOR MOMENTO.
SALUDOS !!
ADRIANA REYES
Estimado Hebert Gutiérrez M. tu ensayo es excelente, realmente la mudanza no es un proceso fácil en la vida de una persona, muchas emociones se liberan y sobre todo si no tienes la ayuda adecuada las cosas son aun más difíciles, agradecemos que compartas tu experiencia en este medio tan bueno.
Buena Vida a todos :).
Muchas gracias. Se dice que en promedio en la vida del humano actual nos mudamos once veces de morada. Si alguien vive 88 años, eso es una mudanza cada 8 años. Si uno se acostumbra a un lugar en menos de un mes, es difícil dejar un lugar en el que hemos vivido 8 años, ya ni comentar cuando se ha vivido 20 o 30 en el mismo lugar. La vida es una mudanza constante, y es mejor aprender de ella y sacarle provecho al cambio. Nuevamente gracias por su tiempo al leerme y comentarme. :-)
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